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Ser hombres y mujeres de oración al estilo de Jesús


Para el Carmelo, como para todos los creyentes, la oración es un elemento fundamental en la vida espiritual. Un carmelita o una carmelita es una persona de oración.


Esta se ha entendido como un trato, un diálogo, una conversación que se establece entre una persona y la divinidad. En palabras de Santa Teresa de Jesús, la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V8,5). Por eso se afirma que es, por esencia, algo completamente personal y propio, es decir, subjetivo. “Orar significa, pues, hablar con Dios, tomar contacto con Él, encontrarse con el Dios vivo en un aquí y en un hoy concretos. Es estar con Él, ofrecérsele. En una palabra: la realización de una relación única y personal entre un tú y un yo” [1].


Así mismo, como cristianos, nuestro modelo de vida y de oración es Jesús. Él es quien sabemos nos ama, con quien entramos en ese contacto íntimo en nuestro interior, y a él es a quien seguimos. Un seguimiento que implica tener sus mismos sentimientos y actitudes.


Precisamente, una actitud fácil de identificar en Jesús es que era orante. Así lo muestran numerosos pasajes, especialmente en el Evangelio según San Lucas (EvLc), el cual es conocido como el Evangelio de la oración. Lucas presenta a Jesús como el gran orante, que ora en los acontecimientos más importantes de su vida.


Jesús enseña con su ejemplo cómo se debe orar. Basta contemplar su vida, analizar sus palabras, sus gestos de amor hacia los demás, especialmente los más pobres o excluidos. Sus acciones dan cuenta de un ser humano que vive contemplando la realidad humana, la naturaleza, lo que lo rodea. Esto parte, sin duda, de una fuerte experiencia orante. Por eso él con frecuencia buscaba lugares solitarios para estar a solas con Dios (Lc 5,15-16).[2]

Lc 6,12-16 narra que Jesús se fue al monte a rezar y se pasó la noche orando a Dios para elegir a doce de entre sus discípulos a quienes también llamó apóstoles. En otra ocasión estaba orando, y al terminar uno de los discípulos le pidió que les enseñara a orar, y les enseñó el Padre Nuestro (Lc 11,1-4). [3]


Más adelante, Jesús habla de la eficacia de la oración cuando dice: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama le abrirán […] si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el E.S a los que se lo pidan” (Lc 11,13).

La parábola del juez inicuo y la viuda inoportuna, las propone Jesús para inculcar que es preciso orar siempre sin desfallecer. Si el juez que no cree en Dios hace justicia con la mujer por su insistencia, Dios hará justicia a sus elegidos que están clamando a él día y noche (Lc 18,1-8). También, frente a las dificultades de los tiempos, Jesús invita a estar en vela, orando todo el tiempo, para tener fuerza, lograr escapar y poder mantenerse en pie delante del Hijo del hombre (Lc 21,34-36).


Al ir al monte de los olivos a orar, Jesús dice a sus discípulos: “Pedid para que no caigan en tentación”. Luego, de rodillas como muestra de una oración más intensa o más humilde, oraba así: “Padre, si quieres aparta de mí esta copa, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,39-46).


De esta manera, se pueden resaltar muchos pasajes que muestran la actitud orante de Jesús, a los cuales se suman: el bautismo (Lc 3,21); la transfiguración (Lc 9,28-29); Getsemaní (Mt 26,36-44); la cruz (Mt 27,46; Lc 23,46); ora por sus verdugos (Lc 23,34); por Pedro (Lc 22,32); por sí mismo (Mt 26,39; Jn 17,1-5); por sus discípulos y los que le seguirán (Jn 17,9-24). Estas oraciones manifiestan una comunicación permanente con el Padre quien nunca le abandona y le escucha siempre. Con este ejemplo, así como con su enseñanza, Jesús inculca a sus discípulos de ayer y de hoy la necesidad y el modo de orar. Además, cabe resaltar que la oración lo acompaña desde el principio de su vida pública hasta su final en la cruz. En ella encuentra un verdadero apoyo.


Al hacer referencia propiamente al EvJn, se ve que Jesús se dirige al Padre en oración. La oración que Jesús realiza en Jn 17 es de intercesión y plegaria. Sin embargo, cabe resaltar que esta oración tiene otros rasgos que son especiales, como la expresión del v.24 cuando Jesús dice: “Padre, deseo”, un deseo con la seguridad que le corresponde al Hijo y la certeza que le será otorgado lo que pide, pues su voluntad y la del Padre son una misma. Por esto, se dice que más que una petición, es una plegaria de comunión entre el Padre y el Hijo. [4]


De hecho, según Raymond Brown, “la intención del autor joánico en el cap. 17 es más bien presentarnos a un Jesús que habla con el acento familiar de su existencia terrena, pero reinterpretado (por obra del Paráclito) de forma que cuanto ahora dice se convierte en un mensaje vivo y para siempre” [5].


De ahí la importancia de ser hombres y mujeres de oración al estilo de Jesús, que oren constantemente, sin desfallecer, no sólo en ciertos momentos de la vida o del día, sino que la vida misma sea una oración, en un trato constante con él y con el Padre para fortalecer ese vínculo filial y así poderse experimentar como verdaderos hijos e hijas de Dios.

[1] Füglister, La oración sálmica, 14.

[2] Para una buena exposición de Jesús como orante en el Evangelio según san Lucas, ver Grün, El padrenuestro, una ayuda para vivir de verdad, 110-115.

[3] Esta oración en Lc tiene 5 peticiones, mientras que en Mt 6,9s hay 7 peticiones.

[4] Brown, El evangelio según Juan, 1014.

[5] Ibíd.

 
 
 

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