MARCOS 10,28-45: SEGUIDORES DE JESÚS EN COMUNIDAD
- P. Hernán Darío Cardona SDB
- 13 mar 2018
- 7 Min. de lectura

Introducción.
El texto anterior a Marcos 10,28, nos narra la llegada “corriendo” de un hombre rico ante Jesús. Hizo una pregunta al Maestro y cuando éste le pide dejar los bienes, el hombre prefiere las riquezas a tener el único tesoro “verdadero”: Jesús. Ahora, los discípulos no repiten el caso del hombre rico, ellos por seguir a Jesús habían dejado sus posesiones, también lazos familiares, trabajo... Pedro hace esa constatación y pregunta por la recompensa.
Según Jesús, quien lo ha dejado todo por Él: vivienda, familia, trabajo, lo indispensable para vivir bien, quien lo ha dejado todo por Él y para el Evangelio, se asegura el presente y el futuro, pues, en el presente recibirá el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda y en el futuro recibirá la vida eterna.
El texto primero.
Mc 10,29-30 recoge una petición radical de Jesús. Es un texto retocado pues tiene expresiones como 'por el Evangelio', típico de Pablo, y 'con persecuciones' alusión clara a situaciones particulares de las primeras comunidades cristianas después del año 70 dC. Lo anterior, sin embargo, no le resta nada a la drasticidad. El dicho original fue, sin duda, más enérgico y estaba referido al momento presente de Jesús y de sus discípulos. La curiosa promesa pudo sonar así:
(V.29). "Yo os aseguro: Nadie deja casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijas o hacienda por mí, (v.30) sin recibir a cambio el ciento por uno, ya ahora, en este momento: Casas, hermanos, hermanas, (madres) y hacienda".
Notemos cómo en el v.30, no se menciona al padre, y algunos manuscritos, omiten aquí también a la madre (Cfr. Una versión de la Biblia Latinoamericana, en Mc 10,30). Abandonar hermanos y hermanas es renunciar al clan del cual se procede, a quien se rinde cuentas, y del cual se recibe protección; hay con ellos un parentesco de sangre. Padre y madre representan el antiquísimo sagrado orden patriarcal, defendido por todo el AT. Los hijos, simbolizan la suprema alegría del oriental, ellos son su orgullo, su seguridad social presente y también para la vejez, se tiene a alguien que lo entierre. Hacienda o tierras significa heredar la promesa del AT, legado sagrado asegurado por Dios. Estas eran las únicas y las últimas seguridades de un pobre (nunca un miserable o un mendigo pordiosero) como los pescadores y los campesinos, discípulos de Jesús. En este caso, hasta el apoyo postrero cae.
Jesús relativiza todo esto: clan, padres, hijos, tierras. Pero no por el simple hecho de dejarlo, aunque haya ocasiones en las cuales sea necesario, no porque la renuncia en cuanto tal sea positiva en sí misma, sino, y es lo admirable, porque nace una experiencia nueva, un estilo diferente de vivir: irrumpe el Reino de Dios, el cual encanta, fascina, atrae y deslumbra. Quienes siguen a Jesús, dejando todo por el Reino de Dios, se convierten en una nueva familia, donde sólo hay hermanos, hermanas, (madres) e hijas, pero no padres.
En la nueva comunidad sólo hay un Padre, el del cielo (Mt 23,9), quien invita a la confianza propia del 'Abba'. La nueva familia es voluntad de Dios captado como Padre; es él quien reúne, y hace sentir a sus miembros hermanos-as porque participan de la misma paternidad, salen del idéntico vientre. El papá tradicional en la familia de Palestina es machista, polígamo, ejerce la autoridad por la fuerza, determina la vida de sus hijos, incluso programa sus matrimonios, se interesa por los bienes y la herencia que a su muerte ocasiona, muchas veces, violencia; son padres de poder y dominio, exigen a sus hijos respeto y se sienten soberanos patriarcales.
Un nuevo Padre.
Los discípulos, miembros de la nueva familia, no tienen ya el padre terreno que todo lo planifica y prevé con visión experimentada. Desde este momento tienen como Padre a Dios (Mt 6,31-33). Él como único Padre es bueno y providente; suscita una confianza ilimitada. En la nueva familia no cabe la soberanía patriarcal, sólo la maternidad, la hermandad y la filiación desde el único Padre Dios.
En la nueva familia existe un hecho más inusitado aún, es ahora, en el presente, en este mismo instante, cuando todos reciben el céntuplo de cuanto han abandonado. Dejaron la familia y ahora tienen muchos hermanos y hermanas; olvidaron la casa paterna y encontraron a Dios como Padre, junto a muchas madres en las casas donde los hospedan; se alejaron de los hijos y todos los días por los caminos hacen nuevos amigos con las personas con quienes dialogan; desatendieron la tierra pero hallan una nueva familia, la cual es su mejor hacienda y posesión.
Ahora, Jesús añade un ingrediente, bien fuerte. Todo lo anterior en el presente se recibirá con persecuciones. Como si fuera la “ñapa”. Aquí se evalúa la garantía de un seguimiento real. Esta es la cruz de la cual hablaba Jesús en días anteriores. La cruz del seguimiento. El futuro también estará asegurado: “quien lo ha dejado todo en el mundo venidero tendrá vida eterna”. La frase final de Jesús es una advertencia para no dormirse en los laureles del ‘haberlo dejado todo’: Muchos primeros serán últimos y los últimos primeros”. (31). Como quien dice: por haberlo dejado todo no somos de hecho los primeros, podemos ser de los últimos, o por el contrario, pensamos ser de los últimos y a los ojos de Dios ser los primeros. Aquí juega el amor con el cual seguimos a Jesús.
La petición de Santiago y Juan.
Ahora, el evangelista Marcos, extraordinario pedagogo de la fe, nos muestra las implicaciones de la vida nueva en el seguimiento de Jesús, o sea para entrar en el Reino de Dios. Hoy nos enfrenta al sentido del “poder”. Jesús ya indicó la dirección: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8,34) y esto implica un discernimiento de espíritus para escoger –dentro de las múltiples atracciones de la vida- la opción de la Cruz en sintonía con la voluntad del Padre (Mc 8,35-38).
Entonces, como si se tratara de una carrera administrativa, dos discípulos (Santiago y Juan, de fuerte temperamento, hijos del trueno) le piden a Jesús los puestos más altos en el Reino de Dios: “Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (v.37). La petición suscita una reacción fuerte tanto de Jesús (v.38) como del resto de la comunidad (v.41). La petición inicial está en relación con la respuesta final. Jesús desmonta los viejos hábitos y presenta las nuevas actitudes de quien “entra en el Reino” por la vía del seguimiento, “tomando la Cruz”.
Al texto lo precede el tercer anuncio de la pasión y resurrección (vv.31-34) y tiene su expresión culminante en la última y bien subrayada frase de Jesús: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (v.45). Para un discípulo el único camino para ejercer la autoridad es vaciándose a sí mismo en el camino de la Cruz, dando vida con su propia existencia. Bajo la sombra de la cruz las relaciones de influencia sobre los otros son vistas con otra lente: en primer lugar, la cruz pone en severa crisis los intereses de fondo de cada uno y, en segundo lugar, el hecho de darse, orienta los mejores esfuerzos humanos en función del único objetivo, hacer la voluntad de Dios y liberar a los seres humanos (=el “rescate”, v.45). Frente al crucificado discernimos si la influencia sobre los demás es sometimiento “opresor” capaz de matar o es entrega amorosa para dar “vida”.
1. Jesús no rechaza las aspiraciones de los discípulos.
Él no desea discípulos pusilánimes, sin iniciativa y sin proyección, por eso admite llegar a ser “grande” y “el primero” (vv.43-44; 40). El problema no está en el “qué” sino en el “para qué” (en función de) y el “cómo”. Jesús cuestiona la actitud egocéntrica: cuando el interés por el éxito terreno, el prestigio y la honra personal es la aspiración central. La vanidad egocéntrica, lleva a la persona a querer sobreponerse sobre los demás, ahí está la fuente de la mayor parte de los conflictos, como la indignación de unos contra otros, en la comunidad de los Doce (v.41). Jesús responde, no con una teoría, sino con su vida: Él es el criterio último del actuar del discípulo. Las aspiraciones espontáneas (o naturales) de los discípulos (v.35-37) y los modelos de conducta de la sociedad (v.42) se confrontan con la instrucción de Jesús a los suyos (vv.38-40 y 43-45). Jesús enseña, no con la coacción de una ley, sino a partir del ejemplo de su vida. Su autoridad no es la imposición sino la atracción del ejemplo (“así como” del v.45).
2. Jesús reorienta.
La mirada del discípulo tiende ya hacia la radicalidad de la pasión, momento cumbre de su ministerio y de su revelación, allí aprende la comunión con Jesús; si es total, incluye el camino de la cruz, del cual se derivan los principios de acción (vv.38 y 39 sobre la “copa” y el “bautismo”). Jesús revela, desde el punto de vista externo, cómo la cruz es agresión del poder religioso y político para anularlo, pero desde el punto de vista interno él vivió su pasión como un servicio activo a la vida (v.45, en relación con los vv.33-34). Para Jesús, desde la palabra clave “servir” (v.45), el camino del prestigio y de la grandeza está en el constituirse “servidor” y “esclavo” (vv.43-44). El puesto más alto es el más bajo; sólo se es primero si se ocupa el puesto de los últimos. El discípulo hace de las necesidades de los demás el centro de sus preocupaciones, el centro no es él sino los otros.
3. Jesús diseña el perfil del discípulo como “servicio” de la mesa.
Con este tipo de conducta, el discípulo contribuye a la formación de la comunidad (v.43). El “ser esclavo” es una manera de enfatizar el servicio “gratuito”, sin contraprestación, se hace por el sentido profundo de pertenencia (v.44). Jesús visualiza también la comunidad al señalar los destinatarios del servicio no sólo los de dentro (“vosotros” y “vuestro” v.43), sino también los de fuera. En el servicio cristiano no hay fronteras (“todos” v.44, “muchos” v.45). Pero también el amor a los cercanos no puede ser sustituido por el servicio a los lejanos (tentación de ser “luz en la calle” y “oscuridad en la casa”).
Por último, Jesús y quienes lo siguen van en contravía profética con los intereses económicos y políticos de toda sociedad cuya ética del poder excluye, margina, mata o niega la persona; en el oído resuena la frase: “Entre Ustedes no será así” (v.43). La naturaleza esencial de la renuncia a sí mismo es el don de sí en el servicio. Entonces, en la vida cristiana sí hay carrera, pero sólo por la ruta y en el ejercicio de la Cruz.