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Cuaresma, tiempo de cambio



La Cuaresma es un camino que nos invita a la conversión, al cambio. Un cambio que apunta especialmente al interior. Para ello es fundamental la presencia y asistencia del Espíritu Santo, el mismo que llevó a Jesús al desierto (Mt 4,1) y que quiere suscitar en nosotros un cambio profundo, de corazón, por medio de un encuentro personal con Dios y con nosotros mismos.


De esta manera, al iniciar este camino cuaresmal e imponernos la ceniza con la señal de la cruz reconocemos tres cosas: la primera, que hay algo que debemos cambiar; la segunda, que tenemos el deseo de hacerlo; y la tercera, que Jesús es quien nos ayuda a lograrlo.


La primera invitación, pues, será reconocer que hay cosas en nosotros que debemos cambiar. Pero, ¿qué son esas cosas? En el Evangelio según San Marcos Jesús dice: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre." (Mc 7,15). Esto nos lleva a reconocer que no es desde afuera hacia adentro sino desde adentro hacia afuera que debemos cambiar, porque es desde el corazón del hombre donde se pueden gestar los actos más hermosos pero también los más horribles. Jesús nos invita al cambio verdadero, el del corazón. Esto inmediatamente nos pone en una dinámica distinta, pues muchas veces esperamos que lo de afuera cambie para cambiar nosotros, y es al contrario, somos nosotros los que debemos cambiar para producir el cambio en los demás. No se trata de esperar a los de afuera, sino de comenzar por nosotros mismos.


Para esto, lo segundo es tener un fuerte, claro y sincero deseo de cambiar. Al imponernos la ceniza estamos indicando que queremos hacerlo, pues reconocemos que en muchas ocasiones nuestros actos o palabras en lugar de construir, destruyen, en lugar de bendecir, maldicen, en lugar de fortalecer vínculos, dividen. Cuánto nos cuesta acercarnos al que sufre, compartir con el que no tiene, ver la bondad en el otro ser humano, tener una actitud de esperanza, animar y motivar a los demás, reconocer sus talentos, apoyar y ayudar a quien nos necesita. Esto es lo que Jesús quiere ayudarnos a cambiar, pero necesita de nuestro fuerte deseo para hacerlo.


Precisamente, como un tercer momento, al imponernos la ceniza reconocemos que quizá lograr ese cambio por nosotros mismos es difícil, nos cuesta o no logramos hacerlo, pero es Jesús quien nos ayuda a lograrlo. Él, por medio de su Espíritu, nos da la fuerza, el coraje, el auxilio para transformar eso que hay en nosotros que es contrario a su amor.


Por tanto, en esta cuaresma pidamos a Jesús la gracia de tener un corazón como el suyo.


 
 
 
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