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Teresita, el rostro misericordioso del Padre


Hablar de Santa Teresita y de la misericordia de Dios, son la misma cosa. Santa Teresita es conocida por su ofrenda al amor misericordioso de Dios en una época en la que las personas creyentes en Francia se ofrecían a la justicia divina como pararrayos de la “ira de Dios” y como pago en desagravio de los pecados, blasfemias y ultrajes cometidos.

¿Pero cómo y por qué llegó Teresita a cambiar tan radicalmente su mentalidad en el ambiente reinante, convirtiéndose en generadora de una nueva espiritualidad de la Misericordia divina? Ciertamente, no es poca la influencia que tiene su infancia en esta novedosa manera de volver al Evangelio y comprender a Dios como un Dios de amor. Sus santos padres Luis y Celia, fueron un ejemplo vivo de misericordia. En ellos encontró Teresita un reflejo del Dios amor. Hija de estos santos que obran y viven la misericordia de Dios de tal manera, que vio en ellos, desde su más tierna infancia, el reflejo de un Dios amoroso y entregado a las personas.

Cuando Teresita es una adolescente, llega su famosa “conversión” de la noche de Navidad. Otra de las muchas misericordias de Dios, que nos narra en su Historia de un alma:

“Aquella noche de luz comenzó el tercer período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo... La obra que yo no había podido realizar en diez años Jesús la consumó en un instante, conformándose con mi buena voluntad, que nunca me había faltado”.

Teresita comprende que en la creación, cuenta con la cara humana de Dios que se plasma en la sustancia misma de la criatura; es un acto de clara intención de comunicación, de expresión, de revelación y de engendramiento. Y que en la Encarnación, Dios abajado, fusionado con su criatura, ensamblado con el ser necesitado de amor se realiza la Alianza como expresión máxima de la misericordia del Dios que se abaja por amor. Así, toma conciencia de un Dios que estará siempre con ella, prometiendo protección y esperando, gratuitamente, una respuesta de amor. Y, lo más importante, esta niña siente y vive, que sus deseos de santidad y de salvar almas eran del agrado de Dios (cfr. Ms A, 45v). Convirtiéndose, para todos, experiencia de misericordia pues entiende que “sus deseos eran los de Dios mismo” (Ms A, 50r).

Yo podía decirle, igual que los apóstoles: «Señor, me he pasado la noche bregando, y no he cogido nada». Y más misericordioso todavía conmigo que con los apóstoles, Jesús mismo cogió la red, la echó y la sacó repleta de peces... Hizo de mí un pescador de almas, y sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que no había sentido antes con tanta intensidad... Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz...!”

La caridad entra en su corazón. Ya veremos cómo la practicó en el convento.

Padre Carlos Alberto León, OCD

Quito - Ecuador


 
 
 
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